-Por favor
Lucas, ve al pueblo y hazles compañía hasta que yo llegue, quiero
cumplir con mi trabajo pero estoy preocupada por mi hija, no puedo
dejar de pensar en su estado grave, te dejaré la cena guardada en la
cocina.
-Claro, Aurelia.
Lucas no podía
negarse a hacerle el favor después de las monedas de oro tan
brillantes que le ofreció Aurelia, así que salió del monasterio y
con un farol en su mano, camino abajo, se dirigió al pueblo, a la
casa del médico donde el marido de Aurelia llevó a su hija.
Mientras iba corriendo, Lucas con una sonrisa en la boca ya hacía
planes para comprar el mejor caballo del pueblo para volver a
Zaragoza con su madre a la mañana siguiente.
Cuando Lucas
llegó a la casa del médico, encontró en el pasillo principal al
marido de Aurelia, sentado en una silla, llorando con mucho dolor,
siendo consolado por los dos guardias ya conocidos en el monasterio
por haber llevado allí otras veces a los monjes que intentaban robar
a alguien del pueblo.
-Ha muerto!, mi
hija está muerta!, asesinos!, los cogeré, irán a los calabozos y
se los comerán las ratas allí!. Gritaba desesperado el padre de la
niña.
-Oh señor, lo
siento muchísimo!. Dijo el fraile Lucas.
-La han
ahorcado, o asfixiado!, no había restos de sangre ni heridas en su
cuerpo cuando el médico la ha visto, además cuando la vió, ya
estaba muerta. Dijo uno de los guardas.
-Vete a dormir,
hijo. Aquí no pintas nada, tomarémos declaración al padre para
intentar coger a los culpables y luego irémos a buscar a su madre a
darle la triste noticia.
Un frío
recorrió el cuerpo de Lucas. Pensó que era el momento, no podía
seguir allí, temía que lo culparan a él también y que no pudiese
volver a Zaragoza con su madre, así que salió de allí y a toda
prisa se fué al monasterio, pensó en llevarse uno de los caballos
de la cuadra e irse esa misma noche a Zaragoza, pero no podía volver
a su tierra sin despedirse antes de Aurelia y darle su pésame, al
fin y al cabo él no tuvo nada que ver y ella le ayudó dándole unas
monedas para que Lucas se fuera de allí y rehiciese su vida.
Al llegar, Lucas
entró por una de las ventanas que daba a la sala principal, al lado
de la puerta y al lado de las escaleras que daban a la primera planta
donde estaban las habitaciones de los monjes. Lucas notó un silencio
absoluto allí dentro y sólo podía verse el solitario monasterio
alumbrado por las luces de las velas. Antes de despedirse de
Aurelia, quería comprobar que todos los monjes estuviesen metidos en
sus habitaciones y poder coger algunas de sus pertenencias. Deseaba
no encontrarse con el padre Víctor, así que debía tener el máximo
cuidado. Cuando llegó a la primera planta, Lucas vió que las
habitaciones de sus compañeros no estaban cerradas, todas las
habitaciones tenían las puertas encajadas. Aquel infinito pasillo
donde a lo lejos sólo se veía oscuridad y velas alumbrando dejaba
ver en el mismo estado todas las puertas de las habitaciones, incluso
la suya. Lucas bajó con mucha precaución de no ser descubierto por
el padre Víctor y con intención de despedirse de Aurelia. Cruzó
toda la planta baja, el silencio seguía siendo abrumador y al llegar
a la capilla, rezó a la vírgen de Gracia por última vez antes de
partir. Estando allí, escuchó un ruido que venía de la cocina,
pensó que sería Aurelia, así que muy cuidadoso entró allí pero
sólo podía ver el candelabro de velas alumbrando la solitaria
cocina con las Biblias correspondientes a los cuarenta y un frailes y
a la del padre Víctor. Estando allí escuchó unos ruídos parecidos
a balbuceos de personas que se mezclaban con chirridos, venían de
la fresquera, el sótano que estaba justo debajo de la cocina, Lucas
vió cómo la puerta que daba a la fresquera estaba abierta, una gran
luz venía de allí dentro. Con mucho miedo y dando pasos lentos y
silenciosos bajó las escaleras y al llegar a ella el horror se
reflejó en la cara de Lucas: sus cuarenta compañeros y el padre
Víctor estaban cada uno colgados de los ganchos del techo donde
colgaban los cerdos con los que se alimentaban. Estaban colgados por
la parte baja de sus mandíbulas. Todos estaban allí quietos,
algunos balanceandose, de ahí el chirrido que escuchaba Lucas, y
debajo de cada uno de ellos un gran charco de sangre, el único
rastro de sangre que vió en todo el monasterio. Atormentado por la
escena subió las escaleras y corrió por todo el monasterio para
salir de allí pero justo a la salida vió a la guardia en la puerta
del monasterio.
-Venimos a
buscar a Aurelia. Dijo uno de ellos, pero la cara de Lucas estaba
pálida y él intentaba hablar pero no podía. Estaba muy nervioso.
-Niño, ¿qué
te pasa?.
-En la
fresquera!.
-¿En la
fresquera?, ¿qué ocurre?.
Dos de los
guardias entraron al monasterio y se fueron corriendo hacia la
fresquera mientras que los otros dos se quedaron allí dándo aire e
intentando calmar a Lucas. Cuando volvieron los otros dos guardias,
culparon a Lucas y él cayó al suelo. Llorando dijo:
-Yo no he sido!,
ha sido el Diablo!, ha estado aquí y los ha matado a todos!, el
Diablo se ha llevado al padre Víctor y a mis compañeros los
frailes!, lo juro!.
Los cuatro
guardias lo intentaron llevar a la fresquera, para que les explicara
cómo había conseguido matar a los cuarenta frailes y al padre sin
que hubiese ni una gota de sangre por el monasterio, pero Lucas no
podía con sus fuerzas, lloraba y gritaba, se arrastraba por el suelo
del monasterio, en uno de sus berrinches se le cayeron las monedas de
oro que le había dado Aurelia, las mismas que fueron doradas y
brillantes y que ahora ya no lo eran, Lucas entre lágrimas vió cómo
esas monedas estaban negras y con moho. Al llegar hasta la cocina
arrastrado por los cuatro policías, lo sentaron en la mesa para que
se intentara calmar. De repente vió cómo su destino se vino abajo,
ya no podría volver a Zaragoza con su madre, todo el pueblo pensaría
de él que era un asesino, pensó mientras tocaba el plato tapado, el
cuchillo y el tenedor que le había dejado preparado Aurelia allí
encima de la gran mesa de la cocina. Entre los cuatro guardias lo
llevaron agarrado hasta la fresquera, eran muy violentos con él,
estaban sedientos de explicaciones, lo tiraron al suelo ensangrentado
y cuando se levantó, Lucas mirandoles fíjamente y con lágrimas
sacó un cuchillo y lo alzó con su mano derecha. Los cuatro se
alarmaron dándo pasos atrás y pidiendo al fraile que lo soltara,
pero Lucas estaba totalmente inmóvil, paralizado, intentando hablar
pero no podía, bajó el cuchillo lentamente hasta su cuello,
forzándolo hacia arriba y hacia abajo de nuevo, hasta que lo
desgarró y cayó al suelo manchándose de su sangre y de la de sus
queridos compañeros.
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