domingo, 12 de abril de 2015

CAPÍTULO 4- FIN FATAL

-Por favor Lucas, ve al pueblo y hazles compañía hasta que yo llegue, quiero cumplir con mi trabajo pero estoy preocupada por mi hija, no puedo dejar de pensar en su estado grave, te dejaré la cena guardada en la cocina.

-Claro, Aurelia.

Lucas no podía negarse a hacerle el favor después de las monedas de oro tan brillantes que le ofreció Aurelia, así que salió del monasterio y con un farol en su mano, camino abajo, se dirigió al pueblo, a la casa del médico donde el marido de Aurelia llevó a su hija. Mientras iba corriendo, Lucas con una sonrisa en la boca ya hacía planes para comprar el mejor caballo del pueblo para volver a Zaragoza con su madre a la mañana siguiente.

Cuando Lucas llegó a la casa del médico, encontró en el pasillo principal al marido de Aurelia, sentado en una silla, llorando con mucho dolor, siendo consolado por los dos guardias ya conocidos en el monasterio por haber llevado allí otras veces a los monjes que intentaban robar a alguien del pueblo.

-Ha muerto!, mi hija está muerta!, asesinos!, los cogeré, irán a los calabozos y se los comerán las ratas allí!. Gritaba desesperado el padre de la niña.

-Oh señor, lo siento muchísimo!. Dijo el fraile Lucas.

-La han ahorcado, o asfixiado!, no había restos de sangre ni heridas en su cuerpo cuando el médico la ha visto, además cuando la vió, ya estaba muerta. Dijo uno de los guardas.

-Vete a dormir, hijo. Aquí no pintas nada, tomarémos declaración al padre para intentar coger a los culpables y luego irémos a buscar a su madre a darle la triste noticia.

Un frío recorrió el cuerpo de Lucas. Pensó que era el momento, no podía seguir allí, temía que lo culparan a él también y que no pudiese volver a Zaragoza con su madre, así que salió de allí y a toda prisa se fué al monasterio, pensó en llevarse uno de los caballos de la cuadra e irse esa misma noche a Zaragoza, pero no podía volver a su tierra sin despedirse antes de Aurelia y darle su pésame, al fin y al cabo él no tuvo nada que ver y ella le ayudó dándole unas monedas para que Lucas se fuera de allí y rehiciese su vida.
Al llegar, Lucas entró por una de las ventanas que daba a la sala principal, al lado de la puerta y al lado de las escaleras que daban a la primera planta donde estaban las habitaciones de los monjes. Lucas notó un silencio absoluto allí dentro y sólo podía verse el solitario monasterio alumbrado por las luces de las velas. Antes de despedirse de Aurelia, quería comprobar que todos los monjes estuviesen metidos en sus habitaciones y poder coger algunas de sus pertenencias. Deseaba no encontrarse con el padre Víctor, así que debía tener el máximo cuidado. Cuando llegó a la primera planta, Lucas vió que las habitaciones de sus compañeros no estaban cerradas, todas las habitaciones tenían las puertas encajadas. Aquel infinito pasillo donde a lo lejos sólo se veía oscuridad y velas alumbrando dejaba ver en el mismo estado todas las puertas de las habitaciones, incluso la suya. Lucas bajó con mucha precaución de no ser descubierto por el padre Víctor y con intención de despedirse de Aurelia. Cruzó toda la planta baja, el silencio seguía siendo abrumador y al llegar a la capilla, rezó a la vírgen de Gracia por última vez antes de partir. Estando allí, escuchó un ruido que venía de la cocina, pensó que sería Aurelia, así que muy cuidadoso entró allí pero sólo podía ver el candelabro de velas alumbrando la solitaria cocina con las Biblias correspondientes a los cuarenta y un frailes y a la del padre Víctor. Estando allí escuchó unos ruídos parecidos a balbuceos de personas que se mezclaban con chirridos, venían de la fresquera, el sótano que estaba justo debajo de la cocina, Lucas vió cómo la puerta que daba a la fresquera estaba abierta, una gran luz venía de allí dentro. Con mucho miedo y dando pasos lentos y silenciosos bajó las escaleras y al llegar a ella el horror se reflejó en la cara de Lucas: sus cuarenta compañeros y el padre Víctor estaban cada uno colgados de los ganchos del techo donde colgaban los cerdos con los que se alimentaban. Estaban colgados por la parte baja de sus mandíbulas. Todos estaban allí quietos, algunos balanceandose, de ahí el chirrido que escuchaba Lucas, y debajo de cada uno de ellos un gran charco de sangre, el único rastro de sangre que vió en todo el monasterio. Atormentado por la escena subió las escaleras y corrió por todo el monasterio para salir de allí pero justo a la salida vió a la guardia en la puerta del monasterio.

-Venimos a buscar a Aurelia. Dijo uno de ellos, pero la cara de Lucas estaba pálida y él intentaba hablar pero no podía. Estaba muy nervioso.

-Niño, ¿qué te pasa?.

-En la fresquera!.

-¿En la fresquera?, ¿qué ocurre?.

Dos de los guardias entraron al monasterio y se fueron corriendo hacia la fresquera mientras que los otros dos se quedaron allí dándo aire e intentando calmar a Lucas. Cuando volvieron los otros dos guardias, culparon a Lucas y él cayó al suelo. Llorando dijo:

-Yo no he sido!, ha sido el Diablo!, ha estado aquí y los ha matado a todos!, el Diablo se ha llevado al padre Víctor y a mis compañeros los frailes!, lo juro!.

Los cuatro guardias lo intentaron llevar a la fresquera, para que les explicara cómo había conseguido matar a los cuarenta frailes y al padre sin que hubiese ni una gota de sangre por el monasterio, pero Lucas no podía con sus fuerzas, lloraba y gritaba, se arrastraba por el suelo del monasterio, en uno de sus berrinches se le cayeron las monedas de oro que le había dado Aurelia, las mismas que fueron doradas y brillantes y que ahora ya no lo eran, Lucas entre lágrimas vió cómo esas monedas estaban negras y con moho. Al llegar hasta la cocina arrastrado por los cuatro policías, lo sentaron en la mesa para que se intentara calmar. De repente vió cómo su destino se vino abajo, ya no podría volver a Zaragoza con su madre, todo el pueblo pensaría de él que era un asesino, pensó mientras tocaba el plato tapado, el cuchillo y el tenedor que le había dejado preparado Aurelia allí encima de la gran mesa de la cocina. Entre los cuatro guardias lo llevaron agarrado hasta la fresquera, eran muy violentos con él, estaban sedientos de explicaciones, lo tiraron al suelo ensangrentado y cuando se levantó, Lucas mirandoles fíjamente y con lágrimas sacó un cuchillo y lo alzó con su mano derecha. Los cuatro se alarmaron dándo pasos atrás y pidiendo al fraile que lo soltara, pero Lucas estaba totalmente inmóvil, paralizado, intentando hablar pero no podía, bajó el cuchillo lentamente hasta su cuello, forzándolo hacia arriba y hacia abajo de nuevo, hasta que lo desgarró y cayó al suelo manchándose de su sangre y de la de sus queridos compañeros.                         

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