domingo, 12 de abril de 2015

CAPÍTULO 3- UN PLAN CASI PERFECTO

-Padre, ¿cómo está el guiso?. Preguntó Aurelia.

-Está delicioso Aurelia y a mis frailes se ve que también les encanta, incluidos Ladislao y Tomás, tienen tanto que agradecerte, hija.

-Padre Víctor, ha sido toda una fortuna que vuelva a contar conmigo, ¿qué le llevó a cambiar de idea a los pocos días?.

-Un monasterio de frailes franciscanos y su prior no es lo mismo sin unas manos femeninas para la cocina como las tuyas hija.

-Pero padre, ¿podrá pagarme en hortalizas?.

-No. Pero sí con algo de dinero que nos ha ofrecido el obispo de Sevilla, tú tranquila que tendrás tu sueldo a fín de mes.

Los monjes terminaron de comer y tras su lectura de la Biblia se retiraron a sus habitaciones a rezar. El padre Víctor se quedó en la cocina con Aurelia.

-Aurelia. ¿Qué hay de tu hija?.

-¿Mi hija, señor?. Oh... ella, está bien.

-¿Por qué no viene nunca a misa?, ¿no es creyente?.

-No es eso padre, claro que lo es. Ella, verá... está enferma mentalmente.

-¿Enferma mentalmente?.

Aurelia aceleró el ritmo con el que lavaba los platos y agachó su cabeza.

-¿Ha pensado usted que puede estar contagiada de peste?

Aurelia se paró en seco y se giró hacia el padre Víctor.

-Claro que no lo he pensado, la peste tiene efectos devastadores en pocos días, ella lleva así seis meses.

-¿Seis meses?. Pensé que se nacía con eso. Qué raro. Cambiando de tema, Aurelia, hay que ir a hacer la compra.

-Oh claro señor. Esta tarde al anochecer iré con mi marido al pueblo.

-¿Sobre qué hora iréis?.

-Sobre las 7 señor, mañana traerémos las compras.

-¿Irá su hija a ayudarles?.

-No señor, ella está enferma.

-Ah claro. Entiendo.

Al atardecer, el padre Víctor reunió en el monasterio a todos los frailes. Tenía algo que decirles.

-No sé si todos sabeis ya el motivo por el que os reúno. Lo digo porque en este monasterio, las voces corren y vuelan. A los q aún no lo sepan, en este campo de Dios hay una muchacha endemoniada.

Todos los frailes se alarmaron y empezaron a asustarse y a hablar entre ellos.

-Es un peligro para nosotros padre. Dijo uno de los frailes.

-No!, No lo es!. No temais. Vamos a acabar con él entre todos. Voy a hacerlo yo, con la ayuda de algunos de vosotros.

-¿Cómo, padre?.

-Los padres de la niña van al pueblo en media hora. Tres de vosotros vendréis conmigo a la casa de esa niña. La exorcizaré.

-Padre, ¿está usted seguro de que está endemoniada?. Preguntó Lucas.

-Sí. Y hay que hacerlo antes de que acabe con ella porque si eso ocurre, puede meterse en el cuerpo de cualquier persona. Vendrán conmigo Ladislao, Tomás y Lucas. Los demás no quiero que abrais la boca. Y ya sabeis, preparaos para cuando volvamos.

Una hora más tarde los tres frailes y el prior salieron de camino a la casa de Aurelia a buscar a la niña. La oscuridad de la noche ya se había echado encima. Al llegar allí, los cuatro empezaron a acercarse agachados y sigilosos, miraron por todas las ventanas, sólo se veía una luz de las velas que venía de la habitación de la niña, miraron a través de la ventana y allí la vieron. Estaba allí tirada en el suelo, con el pecho y la frente pegados al suelo y balbuceando algo que no podían entender, de repente, comenzó a hacer extraños movimientos en el suelo, parecidos a los de un reptil. El padre Víctor se agachó de nuevo e hizo un gesto a los monjes para que le siguieran hasta la puerta de la casa. Una vez allí, dijo:

-Está claro, está endemoniada. El plan es el siguiente, saltamos la ventana del salón sin hacer ruido, vamos hasta su habitación y allí la amarrais a su cama para que yo la exorcice.

-Padre, no estoy seguro de que esta niña esté endemoniada. Me da miedo lo que quiere hacer. ¿Por qué no le pide permiso a sus padres?.

-Porque sus padres piensan que está loca, puede que sea verdad, o puede que sean los primeros síntomas de la peste. Pero si no está endemoniada, un exorcismo no le hará mal.

-Lo siento padre, no estoy seguro de esto.

El padre Víctor cogió por el brazo a Lucas y lo apartó.

-Si no estás seguro de esto vete, y si no quieres seguir en este monasterio, vete también, no te necesito, eres una lacra para el noviciado.

-Muy bien, no se preocupe, que me iré mañana mismo.

Lucas abandonó el lugar en mitad de la noche y se volvió al monasterio. Mientras, el padre Víctor seguía con sus planes. Los tres saltaron la ventana del salón y se adentraron en la casa. Mientras que se dirigían muy lentamente a la habitación de la chica, escuchaban unos gritos que venían de ella, unos gritos con voz grave como si estuviera discutiendo con alguien, como si estuviera enfadada, pero con voz varonil y en otra lengua que no sabían determinar. Llegaron a la habitacón y los dos frailes se avalanzaron contra ella para agarrarla, tumbarla en la cama y amarrar sus manos con una cuerda que llevaban. Le taparon la boca con un pañuelo y el padre Víctor comenzó a echarle agua bendita. La niña hacía intentos de gritar pero todos sus esfuerzos y lágrimas eran en vano. El cura empezó a rezar y le puso un crucifijo en la frente mientras la niña se encorvaba hacia arriba y sus ojos quedaban en blanco. Los frailes se quedaron atónitos y asustados mirando aquella escena. El prior empezó a rezar y la niña se retorcía más y cada vez más a la vez que intentaba gritar. Cuando el fraile Tomás la agarró para que no se cayerá de la cama notó como su corazón latía a un ritmo muy acelerado, el padre le decía:

-Es porque está expulsando el demonio. Sal demonio!, sal de este cuerpo!. El poder de Cristo te obliga!. Crux Sancta sit mihi lux, non draco sit mihi dux, vade retro Satana!...

El prior ordenóa a uno de los frailes que le quitaran el pañuelo de la boca, parecía que se estaba ahogando y que no podía respirar. Y cuando se lo quitaron la chica dijo:

-Saldré de aquí si proclamais mi adoración!, he venido para quedarme!, aún os puedo perdonar la vida, por más que me intentes echarme de este cuerpo, no me iré del plano terrenal porque he venido para quedarme y para que me adoren!. Dijo la muchacha con voz grave y asfixiada mirando al prior con mirada desafiante.

-Nadie te adorará, no te quiere nadie aquí. La gente al que traicionaste!.

El cuerpo de la niña se empezó a encorvar hacia arriba, como si su cuerpo fuese atraído por el techo de la habitación pero no llegaba a desprenderse porque estaba amarrada.

-¿Cómo te llamas?. Preguntó el prior.

La niña seguía encorvada y giró su cabeza hacia el prior, dejó ver de nuevo su cara sudorosa y con ojos rojos empezó a soltar carcajadas hasta que le contestó:
-Pazuzu!.

Los tres quedaron sorprendidos y dieron unos pasos atrás.

-No temáis. Dijo el padre, y continuó:

-Pazuzu, nunquam suade mihi vana!, ipse venena vivas!.

El padré continuó rezando y echando agua bendita a la chica y después de retorcerse de un lado a otro de la cama quedó quieta y paralizada.

-Pax. Terminó diciendo el prior.

-Es el momento!, vámonos!.

-Padre, está muy quieta!.

-El demonio ha salido al fin, es el momento de irnos, en un rato despertará y hallará la paz en su interior.

Los tres salieron de allí y se fueron corriendo al monasterio antes de que los padres de la niña les encontrasen allí. Al llegar al monasterio, se encontraron una escena, para ellos, desoladora. Aurelia y su marido estaban allí.

-¿Por qué has venido tan temprano Aurelia?, aún no es la hora de hacer la cena!.

-Señor, hemos venido a traer la comida del mercado del pueblo.

-Vuelve a tu casa y vente dentro de una hora, aún no te necesitamos aquí.

-Claro señor, pensé que podíamos adelantar y traer la comida, no dejarlo para mañana.

-Muy bien, gracias y hasta luego.

Cuando el padre Víctor cerró la puerta del monasterio se dirigió a todos sus frailes:

-La niña ha quedado libre del Diablo.

Fué entonces a dirigirse a Lucas:

-¿Estabas aquí cuando ellos llegaron?.

-Sí, padre, llegué y al poco tiempo llegaron ellos.

El padre Víctor dejó de mirarle con cara muy seria y se fué, dió la orden de que podían bañarse antes de que volviese Aurelia para preparar la cena.

Un rato más tarde, cuando cada uno de ellos estaba rezando en su habitación después del baño, el silencio del monasterio fue interrumpido por golpes que venían de la puerta, el fraile Lucas se apresuró a abrir y vió a Aurelia llorando de rodillas:

-Aurelia!, ¿qué te ocurre?.

-Lucas, vengo a preparar la cena ya y a irme corriendo al pueblo. A mi hija le ha debido dar un ataque al corazón y ha quedado inconsciente en su camita!.

-¿Cómo?, vaya por Dios Aurelia!.

-Mi marido la ha llevado al doctor del pueblo. Dijo llorando. Pero su cara cambió, dejó de llorar y agarró por los hombros a Lucas muy seria y mirándole fíjamente.

-El padre Víctor y los otros dos frailes no estaban aquí cuando a mi hija le dió el ataque al corazón. Qué casualidad!, ¿dónde estaban ellos?.

-No lo sé Aurelia, te juro que no lo sé.

Aurelia lo soltó y sacó de su bolsillo cinco monedas doradas y se las puso en la mano derecha al monje Lucas.

-Sé que quieres irte de este convento y que quieres volver a Zaragoza con tu madre, pero no tienes dinero para volver con ella. Con esto que te doy tienes para llegar y comprar el mejor cerdo del mercado cuando llegues. Tómalo pero dime la verdad por favor Lucas.

-Está bien. El padre Víctor y dos monjes más entraron en tu casa y le hicieron un exorcismo a tu hija, decían que estaba endemoniada, el padre Víctor y los demás monjes están en complot para que no salga nada de esto del convento.
Aurelia se quedó con la cara blanca, paralizada y mirando fíjamente a Lucas, pero dió unos pasos y se adentró al convento.

-Aurelia... ¿no te ibas al pueblo al encuentro con tu hija en la casa del doctor?.

Aurelia se giró hacia Lucas y con lágrimas en sus ojos le contestó:

-No, voy a preparar la cena y me iré después. Está en manos de su padre hasta que yo llegue.


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