-Padre, ¿cómo
está el guiso?. Preguntó Aurelia.
-Está delicioso
Aurelia y a mis frailes se ve que también les encanta, incluidos
Ladislao y Tomás, tienen tanto que agradecerte, hija.
-Padre Víctor,
ha sido toda una fortuna que vuelva a contar conmigo, ¿qué le llevó
a cambiar de idea a los pocos días?.
-Un monasterio
de frailes franciscanos y su prior no es lo mismo sin unas manos
femeninas para la cocina como las tuyas hija.
-Pero padre,
¿podrá pagarme en hortalizas?.
-No. Pero sí
con algo de dinero que nos ha ofrecido el obispo de Sevilla, tú
tranquila que tendrás tu sueldo a fín de mes.
Los monjes
terminaron de comer y tras su lectura de la Biblia se retiraron a sus
habitaciones a rezar. El padre Víctor se quedó en la cocina con
Aurelia.
-Aurelia. ¿Qué
hay de tu hija?.
-¿Mi hija,
señor?. Oh... ella, está bien.
-¿Por qué no
viene nunca a misa?, ¿no es creyente?.
-No es eso
padre, claro que lo es. Ella, verá... está enferma mentalmente.
-¿Enferma
mentalmente?.
Aurelia aceleró
el ritmo con el que lavaba los platos y agachó su cabeza.
-¿Ha pensado
usted que puede estar contagiada de peste?
Aurelia se paró
en seco y se giró hacia el padre Víctor.
-Claro que no lo
he pensado, la peste tiene efectos devastadores en pocos días, ella
lleva así seis meses.
-¿Seis meses?.
Pensé que se nacía con eso. Qué raro. Cambiando de tema, Aurelia,
hay que ir a hacer la compra.
-Oh claro señor.
Esta tarde al anochecer iré con mi marido al pueblo.
-¿Sobre qué
hora iréis?.
-Sobre las 7
señor, mañana traerémos las compras.
-¿Irá su hija
a ayudarles?.
-No señor, ella
está enferma.
-Ah claro.
Entiendo.
Al atardecer, el
padre Víctor reunió en el monasterio a todos los frailes. Tenía
algo que decirles.
-No sé si todos
sabeis ya el motivo por el que os reúno. Lo digo porque en este
monasterio, las voces corren y vuelan. A los q aún no lo sepan, en
este campo de Dios hay una muchacha endemoniada.
Todos los
frailes se alarmaron y empezaron a asustarse y a hablar entre ellos.
-Es un peligro
para nosotros padre. Dijo uno de los frailes.
-No!, No lo es!.
No temais. Vamos a acabar con él entre todos. Voy a hacerlo yo, con
la ayuda de algunos de vosotros.
-¿Cómo,
padre?.
-Los padres de
la niña van al pueblo en media hora. Tres de vosotros vendréis
conmigo a la casa de esa niña. La exorcizaré.
-Padre, ¿está
usted seguro de que está endemoniada?. Preguntó Lucas.
-Sí. Y hay que
hacerlo antes de que acabe con ella porque si eso ocurre, puede
meterse en el cuerpo de cualquier persona. Vendrán conmigo Ladislao,
Tomás y Lucas. Los demás no quiero que abrais la boca. Y ya sabeis,
preparaos para cuando volvamos.
Una hora más
tarde los tres frailes y el prior salieron de camino a la casa de
Aurelia a buscar a la niña. La oscuridad de la noche ya se había
echado encima. Al llegar allí, los cuatro empezaron a acercarse
agachados y sigilosos, miraron por todas las ventanas, sólo se veía
una luz de las velas que venía de la habitación de la niña,
miraron a través de la ventana y allí la vieron. Estaba allí
tirada en el suelo, con el pecho y la frente pegados al suelo y
balbuceando algo que no podían entender, de repente, comenzó a
hacer extraños movimientos en el suelo, parecidos a los de un
reptil. El padre Víctor se agachó de nuevo e hizo un gesto a los
monjes para que le siguieran hasta la puerta de la casa. Una vez
allí, dijo:
-Está claro,
está endemoniada. El plan es el siguiente, saltamos la ventana del
salón sin hacer ruido, vamos hasta su habitación y allí la
amarrais a su cama para que yo la exorcice.
-Padre, no estoy
seguro de que esta niña esté endemoniada. Me da miedo lo que quiere
hacer. ¿Por qué no le pide permiso a sus padres?.
-Porque sus
padres piensan que está loca, puede que sea verdad, o puede que sean
los primeros síntomas de la peste. Pero si no está endemoniada, un
exorcismo no le hará mal.
-Lo siento
padre, no estoy seguro de esto.
El padre Víctor
cogió por el brazo a Lucas y lo apartó.
-Si no estás
seguro de esto vete, y si no quieres seguir en este monasterio, vete
también, no te necesito, eres una lacra para el noviciado.
-Muy bien, no se
preocupe, que me iré mañana mismo.
Lucas abandonó
el lugar en mitad de la noche y se volvió al monasterio. Mientras,
el padre Víctor seguía con sus planes. Los tres saltaron la ventana
del salón y se adentraron en la casa. Mientras que se dirigían muy
lentamente a la habitación de la chica, escuchaban unos gritos que
venían de ella, unos gritos con voz grave como si estuviera
discutiendo con alguien, como si estuviera enfadada, pero con voz
varonil y en otra lengua que no sabían determinar. Llegaron a la
habitacón y los dos frailes se avalanzaron contra ella para
agarrarla, tumbarla en la cama y amarrar sus manos con una cuerda que
llevaban. Le taparon la boca con un pañuelo y el padre Víctor
comenzó a echarle agua bendita. La niña hacía intentos de gritar
pero todos sus esfuerzos y lágrimas eran en vano. El cura empezó a
rezar y le puso un crucifijo en la frente mientras la niña se
encorvaba hacia arriba y sus ojos quedaban en blanco. Los frailes se
quedaron atónitos y asustados mirando aquella escena. El prior
empezó a rezar y la niña se retorcía más y cada vez más a la vez
que intentaba gritar. Cuando el fraile Tomás la agarró para que no
se cayerá de la cama notó como su corazón latía a un ritmo muy
acelerado, el padre le decía:
-Es
porque está expulsando el demonio. Sal demonio!, sal de este
cuerpo!. El poder de Cristo te obliga!. Crux
Sancta sit mihi lux, non draco sit mihi dux, vade retro Satana!...
El
prior ordenóa a uno de los frailes que le quitaran el pañuelo de la
boca, parecía que se estaba ahogando y que no podía respirar. Y
cuando se lo quitaron la chica dijo:
-Saldré
de aquí si proclamais mi adoración!, he venido para quedarme!, aún
os puedo perdonar la vida, por más que me intentes echarme de este
cuerpo, no me iré del plano terrenal porque he venido para quedarme
y para que me adoren!. Dijo la muchacha con voz grave y asfixiada
mirando al prior con mirada desafiante.
-Nadie
te adorará, no te quiere nadie aquí. La gente al que traicionaste!.
El
cuerpo de la niña se empezó a encorvar hacia arriba, como si su
cuerpo fuese atraído por el techo de la habitación pero no llegaba
a desprenderse porque estaba amarrada.
-¿Cómo
te llamas?. Preguntó el prior.
La
niña seguía encorvada y giró su cabeza hacia el prior, dejó ver
de nuevo su cara sudorosa y con ojos rojos empezó a soltar
carcajadas hasta que le contestó:
-Pazuzu!.
Los
tres quedaron sorprendidos y dieron unos pasos atrás.
-No
temáis. Dijo el padre, y continuó:
-Pazuzu,
nunquam suade mihi vana!, ipse venena vivas!.
El
padré continuó rezando y echando agua bendita a la chica y
después de retorcerse de un lado a otro de la cama quedó quieta y
paralizada.
-Pax. Terminó
diciendo el prior.
-Es el momento!,
vámonos!.
-Padre, está
muy quieta!.
-El demonio ha
salido al fin, es el momento de irnos, en un rato despertará y
hallará la paz en su interior.
Los tres
salieron de allí y se fueron corriendo al monasterio antes de que
los padres de la niña les encontrasen allí. Al llegar al
monasterio, se encontraron una escena, para ellos, desoladora.
Aurelia y su marido estaban allí.
-¿Por qué has
venido tan temprano Aurelia?, aún no es la hora de hacer la cena!.
-Señor, hemos
venido a traer la comida del mercado del pueblo.
-Vuelve a tu
casa y vente dentro de una hora, aún no te necesitamos aquí.
-Claro señor,
pensé que podíamos adelantar y traer la comida, no dejarlo para
mañana.
-Muy bien,
gracias y hasta luego.
Cuando el padre
Víctor cerró la puerta del monasterio se dirigió a todos sus
frailes:
-La niña ha
quedado libre del Diablo.
Fué entonces a
dirigirse a Lucas:
-¿Estabas aquí
cuando ellos llegaron?.
-Sí, padre,
llegué y al poco tiempo llegaron ellos.
El padre Víctor
dejó de mirarle con cara muy seria y se fué, dió la orden de que
podían bañarse antes de que volviese Aurelia para preparar la cena.
Un rato más
tarde, cuando cada uno de ellos estaba rezando en su habitación
después del baño, el silencio del monasterio fue interrumpido por
golpes que venían de la puerta, el fraile Lucas se apresuró a abrir
y vió a Aurelia llorando de rodillas:
-Aurelia!, ¿qué
te ocurre?.
-Lucas, vengo a
preparar la cena ya y a irme corriendo al pueblo. A mi hija le ha
debido dar un ataque al corazón y ha quedado inconsciente en su
camita!.
-¿Cómo?, vaya
por Dios Aurelia!.
-Mi marido la ha
llevado al doctor del pueblo. Dijo llorando. Pero su cara cambió,
dejó de llorar y agarró por los hombros a Lucas muy seria y
mirándole fíjamente.
-El padre Víctor
y los otros dos frailes no estaban aquí cuando a mi hija le dió el
ataque al corazón. Qué casualidad!, ¿dónde estaban ellos?.
-No lo sé
Aurelia, te juro que no lo sé.
Aurelia lo soltó
y sacó de su bolsillo cinco monedas doradas y se las puso en la mano
derecha al monje Lucas.
-Sé que quieres
irte de este convento y que quieres volver a Zaragoza con tu madre,
pero no tienes dinero para volver con ella. Con esto que te doy
tienes para llegar y comprar el mejor cerdo del mercado cuando
llegues. Tómalo pero dime la verdad por favor Lucas.
-Está bien. El
padre Víctor y dos monjes más entraron en tu casa y le hicieron un
exorcismo a tu hija, decían que estaba endemoniada, el padre Víctor
y los demás monjes están en complot para que no salga nada de esto
del convento.
Aurelia se quedó
con la cara blanca, paralizada y mirando fíjamente a Lucas, pero dió
unos pasos y se adentró al convento.
-Aurelia... ¿no
te ibas al pueblo al encuentro con tu hija en la casa del doctor?.
Aurelia se giró
hacia Lucas y con lágrimas en sus ojos le contestó:
-No, voy a
preparar la cena y me iré después. Está en manos de su padre hasta
que yo llegue.
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