domingo, 12 de abril de 2015

SINOPSIS

El Monasterio del Diablo narra la historia basada en las declaraciones de uno de los frailes que vivía en este lugar: una noche se despertó y no encontró a sus compañeros en sus respectivas celdas. Unos gritos y lamentos que venían de la cocina le llevaron hasta el sótano de ésta, donde encontró al prior y los demás frailes franciscanos colgados de unos ganchos por sus mandíbulas. Un grupo de investigadores de fenómenos paranormales deciden acudir al monasterio para intentar encontrar evidencias de lo sucedido. Más tarde, desearian no haber ido hasta allí y no haber encontrado las respuestas que obtuvieron.

CAPÍTULO 1- DIMENSIÓN PARANORMAL

25 de Enero de 2015.

La tarde caía con un sol anaranjado que poco a poco iba desapareciendo por el campo de pasto verdoso de Carmona. El equipo Dimensión Paranormal estaba preparado para una nueva investigación en la que la incertidumbre y las ganas se mezclaban en cada uno de sus cuatro componentes. Al llegar al esperado sitio, dejaron aparcado el coche justo debajo del pequeño camino de tierra que les conduciría al nuevo lugar. Decidieron dejarlo allí porque el camino estaba enfangado y no querían correr el riesgo de que se les quedara el coche atascado. Luis, Alejandro, Sara y Maribel salieron del coche mirando atónitos el tan esperado y nuevo sitio donde pasarían sus próximas horas de noche de investigación. Era la primera vez que, tras muchas recopilaciones de información y documentación histórica, pisaban la Huerta de San José de Carmona. Tras comer fuera del coche los bocadillos que se llevaron, los chicos sacaron del maletero el equipo de materiales que necesitarían, todos metidos en un maletín negro. Luis, el presidente de Dimensión Paranormal dió unas cuantas instrucciones antes de tomar el pequeño camino. Los cuatro se dirigieron con sus linternas encendidas hasta el monasterio. Alejandro no podía dejar de mirar asombrado su fachada principal casi intacta y el resto del edificio derribado, que solo conservaba los arcos del interior así como una parte del techo o primera planta. Impresionaba mirar las ventanas oscuras. Al llegar a las afueras del edificio, se pararon y Luis se dirigió a sus compañeros:
-Chicos, ¿os habéis dado cuenta del extraño olor nada más hemos empezado a subir el camino?

Todos asintieron, extrañados.

-Quiero que me lo digais vosotros, ¿a qué huele?.

-A incienso, respondió Sara.

Los demás le dieron la razón. Es como si de repente se les estuviera dando la "bienvenida" o como si algo estuviera creando ambiente en el lugar al que iban a entrar. Era extraño, no había en medio de la silenciosa noche nada que estuviese desprendiendo olor a incienso.

-Bien, Alejandro, tú eres el corresponsal de esta investigación, cuéntanos la historia de este sitio.

-Claro. Es un monasterio del siglo XVII de frailes franciscanos. Una noche uno de sus monjes despertó en mitad de la noche y encontró la puerta de su habitación encajada, lo cual le extrañó porque les cerraban las puertas con llave todas las noches, así que se levantó de su cama y se dispuso a salir pero la puerta de su habitación dió un portazo y se cerró. El monje, asustado, volvió a abrirla y salió de la habitación, atravesó el luminoso pasillo de la primera planta que contenía todas las habitaciones y vió que todas tenían las puertas abiertas sin sus compañeros dentro. Llegó hasta el final del silencioso pasillo y bajó por las escaleras para dirigirse a la capilla donde seguía sin ver a sus compañeros, pero empezó allí a escuchar ciertos gemidos o voces leves que venían de la cocina así que fue hasta allí pero seguía sin ver a nadie. Una vez allí, los gemidos, quejidos, lamentos y voces se hicieron más fuertes y vió que venían de la parte de abajo de aquella cocina: la fresquera. Con mucho miedo bajó las escaleras que le conducían hasta ella y vió que la puerta estaba abierta y que dentro de aquel sitio había una extraña mezcla de luces y sombras que se mezclaban con los lamentos, al llegar a la fresquera el horror del monje se reflejó en sus ojos y toda su cara: sus compañeros estaban colgados por las mandíbulas de los ganchos en los que colgaban los cerdos y otros animales con los que cocinaban y un charco de sangre se dejaba ver debajo de cada uno de ellos. Unos diminutos seres parecidos a personas con sus ojos blanquecinos y soltando carcajadas bailaban alrededor de sus compañeros, otros estaban enganchados con sus garras a ellos mordiéndolos y alimentándose de ellos. El monje, paralizado allí, dió un grito de horror y todos aquellos seres dirigieron sus ojos sin pupilas y caras serias hacia el monje, todos se fueron al centro de la fresquera para montarse unos encima de otros hasta formar una figura oscura y grande ojos muy rojos que de repente le habló y le dijo al monje: "te dejo escapar y vivir si proclamas por el pueblo que el demonio existe y que se vengará de todos aquellos que no le adoren". El monje subió despavorido hasta la cocina sin ver los peldaños ni el suelo de todo el monasterio que recorrió hasta la puerta para salir, donde seguía escuchando las carcajadas del diablo.

Alejandro terminó la historia y todos quedaron paralizados allí a las puertas del monasterio con la cara pálida.

-Chicos, empieza a hacer frío, ¿qué tal si nos vamos a casa y mejor venimos de día?. Dijo Maribel.

-No podemos irnos, hemos esperado mucho este momento y Alejandro se ha preparado mucho esta investigación, tenemos que hacerla. Respondió Luis.

-Sí. Después de todo lo que hemos pasado en otros sitios, éste no va a ser más. Adelante. Continuó Sara.

-Yo iré delante, vosotros seguidme, atravesaremos toda la planta baja para llegar hasta la capilla, allí sacaremos la caja fantasma para ver si podemos comunicarnos con alguna entidad.

Los cuatro comenzaron a caminar y juntos se adentraron al monasterio, mientras lo atravesaban con sus linternas, no podían dejar de mirar a los lados. Se asustaron por un momento al ver moverse fuertemente las ramas de un árbol. Todo estaba en ruinas, las cúpulas sin sus centros, el techo caído, sólo conservaba los arcos y paredes con sus ventanas, las cuales dejaban ver el oscuro campo. Al llegar a la capilla, Luis sacó la caja fantasma y la encendió para dejar sonar el estruendoso sonido parecido a cuando pones una radio en la cual no coges ninguna frecuencia. En realidad era el ruido que proveniente del rastreo de ondas de frecuencia. Luis empezó a lanzar la primera pregunta al aire:

-¿Hay alguien aquí con nosotros?.

Los cuatro se miraban unos a otros esperando una respuesta, Sara y Maribel quizá deseaban mejor no obtenerla para no asustarse más de lo que ya estaban. Tras un minuto, Luis volvió a formular la misma pregunta, pero seguía sin respuesta.

-Vaya, hoy parece que se han puesto de acuerdo para salir del monasterio. Continuó bromeando

-Bien, pues vayámonos a la parte de arriba del monasterio. Dijo dispuesto a apagar la caja fantasma, pero justo en aquel momento, el sonido del rastreo de frecuencias se interrumpió para que sonara un "sí". Un "sí" estruendoso, con fuerza y con voz varonil, los chicos se sobrecogieron y Luis se dispuso a no apagar la caja fantasma.

-¿Por qué estás aquí?.

Tras unos minutos la misma voz respondió a Luis:

-Piensa. Piensalo.

-¿Es verdad que el demonio habita este lugar?. Continuó Alejandro.

-Tú lo vas a saber.

-¿Eres uno de los monjes que murieron aquí?. Siguió preguntando Alejandro.

-Piensalo. Seguía la misteriosa voz.

-¿Cómo moriste?

-Tú lo vas a saber.

-Vaya, al menos no has dicho que lo pensemos, jejeje.

Luis apagó la caja fantasma.

-¿No sabe decir otra cosa?. Dijo.

-Chicos, bajemos a la fresquera, allí debe haber mucha energía y actividad, fué donde ocurrió todo. Propuso Maribel.

Atravesaron la cocina, justo debajo estaba la fresquera pero se pararon en frente de un hueco que hacía de ventana y miraron al campo oscuro, Alejandro explicó a los demás que todo el terreno que veían en frente fue un huerto donde sembraban sus hortalizas y que más tarde ese terreno hizo de cementerio para cientos de personas que murieron por la peste. Desde entonces hasta ahora dejó de ser huerto para ser "el campo santo". Bajaron las escaleran en ruinas que conducía a la fresquera y apagaron sus linternas. Luis volvió a sacar la caja fantasma pero al intentar encenderla vió que no podía.

-Vaya, los espíritus del lugar han robado toda la energía de las pilas nuevas que le puse a la caja fantasma.

-Eso significa que van a manifestarse fuertemente de algún modo. Continuó Sara.

Maribel comenzó a asustarse más aún, un escalofrio recorrió todo su cuerpo.

-Alejandro, ¿podrías darme pilas nuevas del paquete que compramos esta tarde?, están en tu mochila.

Luis esperaba su respuesta, pero el silencio inundó la fresquera del monasterio.

-¿Alejandro?.

Luis cogió su linterna para encenderla, ya que se quedaron a oscuras en aquel sitio. Una vez encendida apuntó hacia Alejandro.

-¿Qué haces ahí?.

Sara y Maribel encendieron también sus linternas y alumbraron hacia Alejandro. Se lo encontraron de espaldas a ellos, mirando hacia la pared y muy quieto.

-Alejandro por favor no tiene gracia. Le dijo Sara.


Alejandro seguía en la misma posición y sin responder, las dos chicas asustadas se pusieron junto a Luis. En ese momento Alejandro se dió la vuelta, los chicos quedaron paralizados al verle y se dieron cuenta de que aquello no tenía pinta de broma. Alejandro estaba frente a ellos con los ojos en blanco con rostro pálido y serio, sostenía en su mano derecha la navaja que tenía entre sus materiales de investigación y de repente la alzó hacia arriba sollozando como si fuera a romper a llorar pero no pudo hacerlo porque se pasó con fuerza la navaja por su cuello desgarrándolo de un lado a otro dejando derramar su sangre por todo el cuerpo y cayendo desvanecido al suelo.

CAPÍTULO 2- UNA EXTRAÑA NIÑA

19 de Noviembre de 1680.

La luz del mediodía brillaba resplandeciente en las paredes del monasterio de San José. El pasto verde de sus alrededores era recorrido por niños que jugaban, hombres y mujeres de vestimenta lujosa iban saliendo de la misa de las once de la mañana. Al abrir las puertas del fin de misa se dejaba escapar olor a incienso el cual se mezclaba con el sonido de las campanas. A la media hora las campanas volvían a sonar, más lentas que antes, dando sensación de tristeza. El padre Víctor se disponía en la sacristía a prepararse para tres entierros, el monje Lucas le ayudaba a ponerse su ropa y a preparar las páginas de la Biblia para la misa.

-¿Sigues pensando que quieres irte?. Preguntó serio el prior Victor.

-No es eso lo que le comenté padre, es que creo que no encuentro a Dios conmigo, no es porque no me guste estar aquí, pero a veces pienso que me he equivocado de camino. ¿Sabe usted lo que es rezar en vacío?, no obtener respuesta divina...

-Dios está siempre contigo.

-Entonces, ¿por qué me ha arrebatado a mi padre?

-No ha sido Dios. Ha sido la peste, hijo. La misma que arrebata la vida a miles de personas cada día, la misma que ha acabado también con las tres personas que tenemos ahí "dormidas" esperandonos con sus familiares llorando en la capilla, la misma que está haciendo que nuestro huerto deje de serlo para convertirse en campo Santo para estas criaturas, la que se está comiendo nuestro terreno para enterrarlos a todos y la que hace a la vez que nos quedemos sin nuestros tomates, pimientos, calabazas y otras hortalizas.

-No llore padre.

-Pero adelante, vuelve con tu madre, acompáñala en su viudez, quizá ella te pueda dar la comida que nos está faltando a nosotros, dijo saliendo de la sacristía, dando un portazo y dejando allí a Lucas.

El padre Víctor llegó a la capilla, allí se encontró con los tres fallecidos, once frailes y sus familiares. Pidió que se acercaran a ellos por última vez porque cerraría los ataudes para comenzar la misa. Cuando sus familiares terminaron de pasar por delante de los cadáveres, el padre Víctor se acercó ataúd por ataúd para cerrarlos acompañado del monje Hermenegildo que le ayudaba en la labor. Al llegar al tercero, bendijo a la mujer fallecida y se quedó mirándola.

-La mujer del alcalde. Le dijo Hermenegildo.

Su hermana, sentada a los lejos, vió que el padre metió su mano en el ataúd donde estaba el cadáver.

-¿Ya tiene gusanos padre?. Preguntó la hermana de la fallecida levantándose y llevando sus manos a la cara.

-No, tranquila hija sólo estaba colocándole las manos en señal de rezo.

-Gracias. Dijo entre lágrimas.

Hermenegildo cerró el ataúd y cuando los dos llegaron al altar, el padre Víctor cogió su mano derecha y tras la Biblia abierta en su soporte, puso algo en su mano y le dijo:

-Mantenlo en tu mano cerrada y no la abras. Dámelo al acabar la misa, como te lo quedes te juro por tu madre que te parto la Biblia en la cabeza.

-No, padre, por supuesto. Contestó. Antes de sentarse, abrió su mano y vió el anillo de oro con diamante más bonito que pudo ver en su vida.

Al terminar la misa y tras ella el entierro a las afueras del monasterio, el padre y los frailes se fueron a la cocina a almorzar. La cocina, era un salón muy grande con una mesa alargada donde los frailes se sentaban para comer. Al final de la estancia, tenía un púlpito y era ahi donde se subía uno de ellos para leer la Biblia mientras los demás comían. Aurelia la cocinera les puso a cada uno su plato y acto seguido comenzaba la lectura. Mientras tanto, los monjes, silenciosos, no paraban de tomar cucharadas de la sopa de zanahorias que había preparado Aurelia.

-Estaba muy buena, Aurelia. Le dijo el fraile Tomás.

-Sí pero echo de menos un cochinillo asado. Siguió Emilio.

-Podemos salir por la noche y coger algún cerdo de alguna de las casas del pueblo. Sugirió Ladislao.

-Se acabó!. Dijo gritando el padre Víctor.

-Aurelia, puedes marcharte a tu casa y no venir más. No puedo pagarte con más hortalizas porque las que tenemos son para nosotros.

-Lo comprendo padre. Gracias por todo, y si me necesita no dude en venir a buscarme.

Aurelia salió por la puerta de la cocina que daba al campo para volver a su casa. Vivía a pocos metros del convento en mitad del campo con su hija y su marido. Por las noches, desde el monasterio, los frailes podían ver la luz que emanaban las velas desde dentro de su casa. A Ladislao le encantaba mirar de noche porque le relajaba. Como aquella noche que volvió dentro del convento para avisar al padre Víctor que saldría a pasear con Tomás antes de dormir. El padre le advirtió que no tardasen porque las puertas de las habitaciones las cerraba a las once de la noche con con los frailes dentro y que si no estaban allí a esa hora se quedaban en el campo a dormir.

Eran las 19,45 de la tarde pero la oscuridad de la noche ya se había hecho en la Huerta de San José y todo el campo de Carmona. Ladislao y Tomás apresuraron sus pasos por los pastos.

-¿Sabes bien ya el plan?. Preguntó Ladislao.

-Sí pesado!. Nos acercamos hasta los cerdos, nos los cargamos de una pedrada en la cabeza y nos los llevamos corriendo. Y bueno, sí, tenemos que tener cuidado con las espigas de las plantas que están alrededor del arroyo.

-Muy bien!. Normalmente a esta hora nunca están, por eso el interior de la casa se ve apagado.

-Oye Ladislao, ¿y si tienen perros?.

-No tienen.

-¿Cómo lo sabes?.

-Porque ya he ido otros días a espiarlos de noche cuando habían salido al pueblo. Tan sólo una vez que fuí estaba la hija.

-¿Una hija?, ¿qué edad tiene?, ¿cómo es?.

-Es de pelo rizado y largo, de unos dieciocho años. Solo la he visto dormida.

-¿Y tiene buenas tetas?.

-Déjate de tonterías y machácatela más a menudo!.

-Ya lo hago a diario!.

Ladislao miró con cara de repugnancia a Tomás. Ya llegaron a la casita de Aurelia. Estaban en mitad del campo, en mitad de la noche y con mucho silencio. Los dos frailes se acercaron. Desde las ventanas, abiertas solo se veía oscuridad. Era evidente para ellos que la familiano estaría allí. Pasaron por el corral de los cerdos pero antes querían asegurarse de que los tres habitantes de la casa no estarían allí, así que se acercaron a a la ventana de una de las habitaciones, vieron que la habitación de la pareja estaba vacía, ahora se dirigieron a la ventana de la otra habitación, la de la hija, se asomaron lentamente y a parte de oscuridad, vieron la cama vacía, no estaba la chica. Entonces se agacharon y Tomás dijo en voz baja:

-No están!. Vámonos!, debe estar por ahí fuera o yo que sé, pueden vernos!.

-No!, espera, hemos venido para llevarnos los cerdos y lo haremos!.

Ladislao se volvió a asomar, su cara se descompuso y agarró a Tomás para que se asomara a ver él también. Se quedaron atónitos de lo que vieron: la chica no estaba en su cama, sino en un rincón de su habitación, de pie y de espaldas, mirando a la pared, estaba allí quieta pero de pronto empezó a hablar en tono bajo, poco a poco dejaba de hablar y susurrar ella sola para empezar un extraño cántico, esta vez en un tono más elevado y en una lengua que no era español.

-Está recitando algo en latín!. Dijo Tomás.

En ese momento, la chica se giró hacia ellos, no podían verle los ojos por la oscuridad de la noche pero sabían que estaba mirándoles, la chica poco a poco se acercó a ellos tambaleándose de un lado a otro, y dejó ver su rostro pálido, serio y sudoroso a los dos frailes, al llegar a ellos, abrió su boca, su mandíbula se hizo grande y sus ojos también, mirándoles fíjamente, la chica empezó a gritar. Los dos frailes empezaron a correr y salieron de allí.

Mientras, el padre Víctor, estaba en la capilla rezando. En el silencio del interior del monasterio se oyeron unos fuertes golpes que venían de la puerta principal. El padre Víctor se asustó y cuando atravesó la planta baja para llegar a las puertas desde dentro, temeroso, preguntó quien era...

-La guardia!.

El padre abrió la puerta, vió a dos guardas con Ladislao y Tomás. Los dos frailes traían cara de susto y sollozos, sus ropas estaban desgarradas y manchadas de barro y tenían heridas.

-¿Dónde os habeis metido?.

-Robando a los vecinos del pueblo!. Dijo uno de los guardas.

El padre Víctor se acercó a los dos y abofeteó a cada uno de ellos delante de los guardas. Uno de ellos tuvo que retirar a Ladislao.

-Tránquilo padre!, nos han dicho que no volverán a hacerlo y les han pedido disculpas a Aurelia.

-¿A Aurelia?. Entrad!. Y señores guardas, esto no va a volver a ocurrir.

-Esperemos, porque la próxima vez los llevamos a los calabozos del pueblo.

El padre Víctor cerró la puerta y se dirigió a los dos frailes:

-Id a la sacristía, quedaos con el torso desnudo y poneos de rodillas!.

-Padre, por favor, era por nuestro bien!.

-Ni una palabra más!.

Los dos monjes subieron rápidamente y le hicieron caso, al llegar allí, el prior abrió el armario y cogió de entre varios palos de castigo, uno que tenía pinchos.

-Lo vais a estrenar, y espero que nadie más de este monasterio tenga que probarlo!.

Los dos monjes empezaron a rezar allí de rodillas y entre llantos, Ladislao dijo:

-¿No entiende que tenemos hambre padre?.

-Los palos que os voy a dar no es por lo que habeis hecho, par de inútiles!, la próxima vez que vayais a robar que no os cojan!, no mancheis la reputación de este monasterio!.

El padre empezó a golpear a cada uno en sus espaldas una y otra vez hasta hacerles heridas.

-Hemos visto que la hija de Aurelia está loca, padre! Nos ha asustado y por eso salimos corriendo de allí!.

El padre paró.

-Había escuchado que estaba enferma de peste!. Lo que tendrá es la locura de la fase inicial de la enfermedad!.

-La encontramos de espaldas en un rincón de la pared, hablando en otra lengua o balbuceando cosas que no eran español, se giró hacia nosotros y con esa cara de espanto, ese sudor y esos malos pelos nos asustó, padre!.

-¿En otra lengua?, ¿de espaldas mirando a la pared?, ¿sudando?.

-Sí, señor...

El padre dió la orden de que se pusieran de pie y se vistieran, entonces guardó el palo de pinchos de acero en el armario.

-Hay que volver allí. Dijo el padre Víctor.

-¿Cómo?. Padre, nos ha castigado por ir a la casa de esa loca!.

-Esa niña no está loca. Dijo el padre.


-Está poseída por el demonio.

CAPÍTULO 3- UN PLAN CASI PERFECTO

-Padre, ¿cómo está el guiso?. Preguntó Aurelia.

-Está delicioso Aurelia y a mis frailes se ve que también les encanta, incluidos Ladislao y Tomás, tienen tanto que agradecerte, hija.

-Padre Víctor, ha sido toda una fortuna que vuelva a contar conmigo, ¿qué le llevó a cambiar de idea a los pocos días?.

-Un monasterio de frailes franciscanos y su prior no es lo mismo sin unas manos femeninas para la cocina como las tuyas hija.

-Pero padre, ¿podrá pagarme en hortalizas?.

-No. Pero sí con algo de dinero que nos ha ofrecido el obispo de Sevilla, tú tranquila que tendrás tu sueldo a fín de mes.

Los monjes terminaron de comer y tras su lectura de la Biblia se retiraron a sus habitaciones a rezar. El padre Víctor se quedó en la cocina con Aurelia.

-Aurelia. ¿Qué hay de tu hija?.

-¿Mi hija, señor?. Oh... ella, está bien.

-¿Por qué no viene nunca a misa?, ¿no es creyente?.

-No es eso padre, claro que lo es. Ella, verá... está enferma mentalmente.

-¿Enferma mentalmente?.

Aurelia aceleró el ritmo con el que lavaba los platos y agachó su cabeza.

-¿Ha pensado usted que puede estar contagiada de peste?

Aurelia se paró en seco y se giró hacia el padre Víctor.

-Claro que no lo he pensado, la peste tiene efectos devastadores en pocos días, ella lleva así seis meses.

-¿Seis meses?. Pensé que se nacía con eso. Qué raro. Cambiando de tema, Aurelia, hay que ir a hacer la compra.

-Oh claro señor. Esta tarde al anochecer iré con mi marido al pueblo.

-¿Sobre qué hora iréis?.

-Sobre las 7 señor, mañana traerémos las compras.

-¿Irá su hija a ayudarles?.

-No señor, ella está enferma.

-Ah claro. Entiendo.

Al atardecer, el padre Víctor reunió en el monasterio a todos los frailes. Tenía algo que decirles.

-No sé si todos sabeis ya el motivo por el que os reúno. Lo digo porque en este monasterio, las voces corren y vuelan. A los q aún no lo sepan, en este campo de Dios hay una muchacha endemoniada.

Todos los frailes se alarmaron y empezaron a asustarse y a hablar entre ellos.

-Es un peligro para nosotros padre. Dijo uno de los frailes.

-No!, No lo es!. No temais. Vamos a acabar con él entre todos. Voy a hacerlo yo, con la ayuda de algunos de vosotros.

-¿Cómo, padre?.

-Los padres de la niña van al pueblo en media hora. Tres de vosotros vendréis conmigo a la casa de esa niña. La exorcizaré.

-Padre, ¿está usted seguro de que está endemoniada?. Preguntó Lucas.

-Sí. Y hay que hacerlo antes de que acabe con ella porque si eso ocurre, puede meterse en el cuerpo de cualquier persona. Vendrán conmigo Ladislao, Tomás y Lucas. Los demás no quiero que abrais la boca. Y ya sabeis, preparaos para cuando volvamos.

Una hora más tarde los tres frailes y el prior salieron de camino a la casa de Aurelia a buscar a la niña. La oscuridad de la noche ya se había echado encima. Al llegar allí, los cuatro empezaron a acercarse agachados y sigilosos, miraron por todas las ventanas, sólo se veía una luz de las velas que venía de la habitación de la niña, miraron a través de la ventana y allí la vieron. Estaba allí tirada en el suelo, con el pecho y la frente pegados al suelo y balbuceando algo que no podían entender, de repente, comenzó a hacer extraños movimientos en el suelo, parecidos a los de un reptil. El padre Víctor se agachó de nuevo e hizo un gesto a los monjes para que le siguieran hasta la puerta de la casa. Una vez allí, dijo:

-Está claro, está endemoniada. El plan es el siguiente, saltamos la ventana del salón sin hacer ruido, vamos hasta su habitación y allí la amarrais a su cama para que yo la exorcice.

-Padre, no estoy seguro de que esta niña esté endemoniada. Me da miedo lo que quiere hacer. ¿Por qué no le pide permiso a sus padres?.

-Porque sus padres piensan que está loca, puede que sea verdad, o puede que sean los primeros síntomas de la peste. Pero si no está endemoniada, un exorcismo no le hará mal.

-Lo siento padre, no estoy seguro de esto.

El padre Víctor cogió por el brazo a Lucas y lo apartó.

-Si no estás seguro de esto vete, y si no quieres seguir en este monasterio, vete también, no te necesito, eres una lacra para el noviciado.

-Muy bien, no se preocupe, que me iré mañana mismo.

Lucas abandonó el lugar en mitad de la noche y se volvió al monasterio. Mientras, el padre Víctor seguía con sus planes. Los tres saltaron la ventana del salón y se adentraron en la casa. Mientras que se dirigían muy lentamente a la habitación de la chica, escuchaban unos gritos que venían de ella, unos gritos con voz grave como si estuviera discutiendo con alguien, como si estuviera enfadada, pero con voz varonil y en otra lengua que no sabían determinar. Llegaron a la habitacón y los dos frailes se avalanzaron contra ella para agarrarla, tumbarla en la cama y amarrar sus manos con una cuerda que llevaban. Le taparon la boca con un pañuelo y el padre Víctor comenzó a echarle agua bendita. La niña hacía intentos de gritar pero todos sus esfuerzos y lágrimas eran en vano. El cura empezó a rezar y le puso un crucifijo en la frente mientras la niña se encorvaba hacia arriba y sus ojos quedaban en blanco. Los frailes se quedaron atónitos y asustados mirando aquella escena. El prior empezó a rezar y la niña se retorcía más y cada vez más a la vez que intentaba gritar. Cuando el fraile Tomás la agarró para que no se cayerá de la cama notó como su corazón latía a un ritmo muy acelerado, el padre le decía:

-Es porque está expulsando el demonio. Sal demonio!, sal de este cuerpo!. El poder de Cristo te obliga!. Crux Sancta sit mihi lux, non draco sit mihi dux, vade retro Satana!...

El prior ordenóa a uno de los frailes que le quitaran el pañuelo de la boca, parecía que se estaba ahogando y que no podía respirar. Y cuando se lo quitaron la chica dijo:

-Saldré de aquí si proclamais mi adoración!, he venido para quedarme!, aún os puedo perdonar la vida, por más que me intentes echarme de este cuerpo, no me iré del plano terrenal porque he venido para quedarme y para que me adoren!. Dijo la muchacha con voz grave y asfixiada mirando al prior con mirada desafiante.

-Nadie te adorará, no te quiere nadie aquí. La gente al que traicionaste!.

El cuerpo de la niña se empezó a encorvar hacia arriba, como si su cuerpo fuese atraído por el techo de la habitación pero no llegaba a desprenderse porque estaba amarrada.

-¿Cómo te llamas?. Preguntó el prior.

La niña seguía encorvada y giró su cabeza hacia el prior, dejó ver de nuevo su cara sudorosa y con ojos rojos empezó a soltar carcajadas hasta que le contestó:
-Pazuzu!.

Los tres quedaron sorprendidos y dieron unos pasos atrás.

-No temáis. Dijo el padre, y continuó:

-Pazuzu, nunquam suade mihi vana!, ipse venena vivas!.

El padré continuó rezando y echando agua bendita a la chica y después de retorcerse de un lado a otro de la cama quedó quieta y paralizada.

-Pax. Terminó diciendo el prior.

-Es el momento!, vámonos!.

-Padre, está muy quieta!.

-El demonio ha salido al fin, es el momento de irnos, en un rato despertará y hallará la paz en su interior.

Los tres salieron de allí y se fueron corriendo al monasterio antes de que los padres de la niña les encontrasen allí. Al llegar al monasterio, se encontraron una escena, para ellos, desoladora. Aurelia y su marido estaban allí.

-¿Por qué has venido tan temprano Aurelia?, aún no es la hora de hacer la cena!.

-Señor, hemos venido a traer la comida del mercado del pueblo.

-Vuelve a tu casa y vente dentro de una hora, aún no te necesitamos aquí.

-Claro señor, pensé que podíamos adelantar y traer la comida, no dejarlo para mañana.

-Muy bien, gracias y hasta luego.

Cuando el padre Víctor cerró la puerta del monasterio se dirigió a todos sus frailes:

-La niña ha quedado libre del Diablo.

Fué entonces a dirigirse a Lucas:

-¿Estabas aquí cuando ellos llegaron?.

-Sí, padre, llegué y al poco tiempo llegaron ellos.

El padre Víctor dejó de mirarle con cara muy seria y se fué, dió la orden de que podían bañarse antes de que volviese Aurelia para preparar la cena.

Un rato más tarde, cuando cada uno de ellos estaba rezando en su habitación después del baño, el silencio del monasterio fue interrumpido por golpes que venían de la puerta, el fraile Lucas se apresuró a abrir y vió a Aurelia llorando de rodillas:

-Aurelia!, ¿qué te ocurre?.

-Lucas, vengo a preparar la cena ya y a irme corriendo al pueblo. A mi hija le ha debido dar un ataque al corazón y ha quedado inconsciente en su camita!.

-¿Cómo?, vaya por Dios Aurelia!.

-Mi marido la ha llevado al doctor del pueblo. Dijo llorando. Pero su cara cambió, dejó de llorar y agarró por los hombros a Lucas muy seria y mirándole fíjamente.

-El padre Víctor y los otros dos frailes no estaban aquí cuando a mi hija le dió el ataque al corazón. Qué casualidad!, ¿dónde estaban ellos?.

-No lo sé Aurelia, te juro que no lo sé.

Aurelia lo soltó y sacó de su bolsillo cinco monedas doradas y se las puso en la mano derecha al monje Lucas.

-Sé que quieres irte de este convento y que quieres volver a Zaragoza con tu madre, pero no tienes dinero para volver con ella. Con esto que te doy tienes para llegar y comprar el mejor cerdo del mercado cuando llegues. Tómalo pero dime la verdad por favor Lucas.

-Está bien. El padre Víctor y dos monjes más entraron en tu casa y le hicieron un exorcismo a tu hija, decían que estaba endemoniada, el padre Víctor y los demás monjes están en complot para que no salga nada de esto del convento.
Aurelia se quedó con la cara blanca, paralizada y mirando fíjamente a Lucas, pero dió unos pasos y se adentró al convento.

-Aurelia... ¿no te ibas al pueblo al encuentro con tu hija en la casa del doctor?.

Aurelia se giró hacia Lucas y con lágrimas en sus ojos le contestó:

-No, voy a preparar la cena y me iré después. Está en manos de su padre hasta que yo llegue.


CAPÍTULO 4- FIN FATAL

-Por favor Lucas, ve al pueblo y hazles compañía hasta que yo llegue, quiero cumplir con mi trabajo pero estoy preocupada por mi hija, no puedo dejar de pensar en su estado grave, te dejaré la cena guardada en la cocina.

-Claro, Aurelia.

Lucas no podía negarse a hacerle el favor después de las monedas de oro tan brillantes que le ofreció Aurelia, así que salió del monasterio y con un farol en su mano, camino abajo, se dirigió al pueblo, a la casa del médico donde el marido de Aurelia llevó a su hija. Mientras iba corriendo, Lucas con una sonrisa en la boca ya hacía planes para comprar el mejor caballo del pueblo para volver a Zaragoza con su madre a la mañana siguiente.

Cuando Lucas llegó a la casa del médico, encontró en el pasillo principal al marido de Aurelia, sentado en una silla, llorando con mucho dolor, siendo consolado por los dos guardias ya conocidos en el monasterio por haber llevado allí otras veces a los monjes que intentaban robar a alguien del pueblo.

-Ha muerto!, mi hija está muerta!, asesinos!, los cogeré, irán a los calabozos y se los comerán las ratas allí!. Gritaba desesperado el padre de la niña.

-Oh señor, lo siento muchísimo!. Dijo el fraile Lucas.

-La han ahorcado, o asfixiado!, no había restos de sangre ni heridas en su cuerpo cuando el médico la ha visto, además cuando la vió, ya estaba muerta. Dijo uno de los guardas.

-Vete a dormir, hijo. Aquí no pintas nada, tomarémos declaración al padre para intentar coger a los culpables y luego irémos a buscar a su madre a darle la triste noticia.

Un frío recorrió el cuerpo de Lucas. Pensó que era el momento, no podía seguir allí, temía que lo culparan a él también y que no pudiese volver a Zaragoza con su madre, así que salió de allí y a toda prisa se fué al monasterio, pensó en llevarse uno de los caballos de la cuadra e irse esa misma noche a Zaragoza, pero no podía volver a su tierra sin despedirse antes de Aurelia y darle su pésame, al fin y al cabo él no tuvo nada que ver y ella le ayudó dándole unas monedas para que Lucas se fuera de allí y rehiciese su vida.
Al llegar, Lucas entró por una de las ventanas que daba a la sala principal, al lado de la puerta y al lado de las escaleras que daban a la primera planta donde estaban las habitaciones de los monjes. Lucas notó un silencio absoluto allí dentro y sólo podía verse el solitario monasterio alumbrado por las luces de las velas. Antes de despedirse de Aurelia, quería comprobar que todos los monjes estuviesen metidos en sus habitaciones y poder coger algunas de sus pertenencias. Deseaba no encontrarse con el padre Víctor, así que debía tener el máximo cuidado. Cuando llegó a la primera planta, Lucas vió que las habitaciones de sus compañeros no estaban cerradas, todas las habitaciones tenían las puertas encajadas. Aquel infinito pasillo donde a lo lejos sólo se veía oscuridad y velas alumbrando dejaba ver en el mismo estado todas las puertas de las habitaciones, incluso la suya. Lucas bajó con mucha precaución de no ser descubierto por el padre Víctor y con intención de despedirse de Aurelia. Cruzó toda la planta baja, el silencio seguía siendo abrumador y al llegar a la capilla, rezó a la vírgen de Gracia por última vez antes de partir. Estando allí, escuchó un ruido que venía de la cocina, pensó que sería Aurelia, así que muy cuidadoso entró allí pero sólo podía ver el candelabro de velas alumbrando la solitaria cocina con las Biblias correspondientes a los cuarenta y un frailes y a la del padre Víctor. Estando allí escuchó unos ruídos parecidos a balbuceos de personas que se mezclaban con chirridos, venían de la fresquera, el sótano que estaba justo debajo de la cocina, Lucas vió cómo la puerta que daba a la fresquera estaba abierta, una gran luz venía de allí dentro. Con mucho miedo y dando pasos lentos y silenciosos bajó las escaleras y al llegar a ella el horror se reflejó en la cara de Lucas: sus cuarenta compañeros y el padre Víctor estaban cada uno colgados de los ganchos del techo donde colgaban los cerdos con los que se alimentaban. Estaban colgados por la parte baja de sus mandíbulas. Todos estaban allí quietos, algunos balanceandose, de ahí el chirrido que escuchaba Lucas, y debajo de cada uno de ellos un gran charco de sangre, el único rastro de sangre que vió en todo el monasterio. Atormentado por la escena subió las escaleras y corrió por todo el monasterio para salir de allí pero justo a la salida vió a la guardia en la puerta del monasterio.

-Venimos a buscar a Aurelia. Dijo uno de ellos, pero la cara de Lucas estaba pálida y él intentaba hablar pero no podía. Estaba muy nervioso.

-Niño, ¿qué te pasa?.

-En la fresquera!.

-¿En la fresquera?, ¿qué ocurre?.

Dos de los guardias entraron al monasterio y se fueron corriendo hacia la fresquera mientras que los otros dos se quedaron allí dándo aire e intentando calmar a Lucas. Cuando volvieron los otros dos guardias, culparon a Lucas y él cayó al suelo. Llorando dijo:

-Yo no he sido!, ha sido el Diablo!, ha estado aquí y los ha matado a todos!, el Diablo se ha llevado al padre Víctor y a mis compañeros los frailes!, lo juro!.

Los cuatro guardias lo intentaron llevar a la fresquera, para que les explicara cómo había conseguido matar a los cuarenta frailes y al padre sin que hubiese ni una gota de sangre por el monasterio, pero Lucas no podía con sus fuerzas, lloraba y gritaba, se arrastraba por el suelo del monasterio, en uno de sus berrinches se le cayeron las monedas de oro que le había dado Aurelia, las mismas que fueron doradas y brillantes y que ahora ya no lo eran, Lucas entre lágrimas vió cómo esas monedas estaban negras y con moho. Al llegar hasta la cocina arrastrado por los cuatro policías, lo sentaron en la mesa para que se intentara calmar. De repente vió cómo su destino se vino abajo, ya no podría volver a Zaragoza con su madre, todo el pueblo pensaría de él que era un asesino, pensó mientras tocaba el plato tapado, el cuchillo y el tenedor que le había dejado preparado Aurelia allí encima de la gran mesa de la cocina. Entre los cuatro guardias lo llevaron agarrado hasta la fresquera, eran muy violentos con él, estaban sedientos de explicaciones, lo tiraron al suelo ensangrentado y cuando se levantó, Lucas mirandoles fíjamente y con lágrimas sacó un cuchillo y lo alzó con su mano derecha. Los cuatro se alarmaron dándo pasos atrás y pidiendo al fraile que lo soltara, pero Lucas estaba totalmente inmóvil, paralizado, intentando hablar pero no podía, bajó el cuchillo lentamente hasta su cuello, forzándolo hacia arriba y hacia abajo de nuevo, hasta que lo desgarró y cayó al suelo manchándose de su sangre y de la de sus queridos compañeros.                         

CAPÍTULO FINAL- ADORACIÓN Y FIELES

25 de Enero de 2015.

La sangre de Alejandro derramada en el suelo se mezclaba con el pánico de sus tres compañeros en la fresquera del monasterio. Sara, Maribel y Luis no dejaban de mirar atónitos aquella escena dantesca que acababa de ocurrir. Estaban juntos y pegados a la pared, en estado de shock, hasta que se decidieron a salir de aquel sótano. Subieron a toda prisa las escaleras y al salir al exterior, Sara se detuvo para dirigirse a sus compañeros:

-Alto!, esperaos!. He cogido la spirit box!. No tengáis miedo. Esperad.

Luis y Maribel se detuvieron a pesar del nerviosismo y Sara activó la spirit box. Empezó a rastrear ondas de frecuencia y Sara dijo:

-¿Estás contento ya?, ya tienes lo que querías!.

-No. Se dejó escuchar entre el sonido del barrido de frecuencia.

-¿Qué más quieres de nosotros?, te hemos traído lo que querías!, ya puedes alimentarte, ahora déjanos vivir en paz, por favor!.

-No. Se escuchó de nuevo a través del aparato.

-¿Qué más quieres?, hicimos lo que nos pediste!.

-Quiero más. Era como si un hombre y una mujer hablasen a la vez

-Te has alimentado ya de muchas almas!. Si eres el mismísimo demonio Pazuzu, ¿por qué no sales de aquí y haces el mal que quieras?.

-Cállate, Luis. Vas a hacer que se enfade!. Gritó Sara.

Luis se acercó a Sara y muy enfadado le dijo:

-Está jugando con nosotros!. Sea lo que sea quiere manejarnos a su antojo!, vámonos chicas, y dejemos ya este absurdo tema, sólo quiere confundirnos y...

Sara no le dejó terminar la frase. Sacó del bolsillo de su chaqueta la misma navaja con la que se degolló Alejandro y le cortó el cuello a Luis en seco y sin pensárselo. Cuando cayó al suelo, se echó encima de él y empezó a acuchillarle una y otra vez en el pecho, hasta que por último, le hizo una raja en vertical que cogía todo su torso. Maribel gritaba y con lágrimas en sus ojos no se lo pensó y echó a correr por el monasterio para coger el coche y huir de allí.

-Ven aquí traicionera!, da igual que corras!, te matará si quiere!. Estúpida!.

-Yo no mato!. Dijo aquella extraña voz.

Al llegar al coche, Maribel sacó sus llaves del bolsillo, entró e intentó arrancarlo. Al arrancar, la radio se encendió sola y empezó a sonar un estruendoso sonido de ruido blanco radiofónico. Maribel, asustada, miró la radio y se dirigió a apagarla pero en ese momento el ruido blanco paró en seco y se dejó escuchar una voz:

-Hija, ¿Por qué hicistéis eso?.

Maribel, no podía creer lo que escuchaba.

-¿Por qué mandastéis a que me descuartizaran en pedazos?. Era la voz llorosa de su difunta madre.
Maribel con lágrimas en los ojos se derrumbó al escucharla y rompió a llorar con su frente pegada al volante.

-7.500 euros. ¿Eso vale mi cuerpo para la ciencia?.

-Fué decisión de mi hermano Enrique!. Yo no quería!, y sin embargo...

-Y sin embargo, tu cuenta bancaria subió...

Maribel gritaba y lloraba presa del pánico y de aquella situación insostenible para ella.

-Lo siento mamá!. No pude hacer nada!, no teníamos dinero para pagar tu traslado del hospital a casa, ni para pagar tu nicho!.

-Cuando des la entrada para la casa que te quieres comprar, acuérdate de tu madre!.

Mientras tanto, Sara, en el monasterio, mantenía encendida la caja fantasma. Se arrodilló ante el cadáver de Luis y hundió sus dedos entre las tripas que salían de su cuerpo, comenzó a dibujar con la sangre de su compañero fallecido, cruces invertidas en las paredes del monasterio con fuerza y vigor. Acto seguido, se arrodilló ante el cadáver y dijo:

-Gracias!. Gracias por toda la protección que me has brindado hasta el momento!. El círculo se ha roto, pero yo seré tu mayor fiel!, te seguiré trayendo almas para que te alimentes y algún día puedas salir de este sitio!.

Sara pegó su frente al suelo y comenzó a llorar.

-Aún puedo recordar cómo me salvaste la vida en aquel accidente. Me tendiste tu mano para salvarme!. Gracias Pazuzu!. Gritó con energía, mirando al cielo.

-¿En qué puedo servirte mi señor?. Dime, ¿qué más quieres?.

-Adoración y fieles!. Pero no puedo salir de aquí...

-Pues yo los traeré para tí!. Oh mi señor, te debo tanto!.

-¿Y por qué traermelos si los puedo conseguir yo mismo?

Sara dejó su euforia y, atónita, se dirigió a la spirit box.

-Tengo ya la suficiente energía, no para salir por mí mismo, pero sí con tu ayuda!. Contestó el demonio Pazuzu.

Sara sonrió de nuevo, se bajó los pantalones, se quitó la chaqueta y se desnudó por completo. Se tumbó en el suelo mirando hacia arriba, se abrió de piernas y alzó sus brazos.

-Adelante!, soy toda tuya!, tu mejor aliada, la que te dará vida y los mejores placeres que necesites.
Tómame y hazme tuya!.

Sara cerró los ojos y sonrió esperando una respuesta del demonio, pero en ese momento, empezó a tragar saliva y a quedarse sin aliento. Abrió sus ojos blanquecinos y desorbitados, se encorvó hacia arriba con fuerza y empezó a expulsar saliva espumosa de su boca abierta. Seguía intentando respirar pero poco a poco se quedaba sin aire hasta que se desplomó en el suelo inconsciente. Al cabo de unos segundos, se levantó, abrió sus ojos y dió lentamente unos pasos hacia fuera del monasterio hasta que se dejó caer en un muro y se encogió de brazos mirando al coche que, por fin arrancaba con Maribel dentro dispuesta a huir. Maribel arrancó y aceleró a toda prisa, pero al llegar a la curva de aquel camino, no giró. Siguió todo recto y estampó su coche con fuerza contra el muro de una vivienda que formaba el conjunto de las primeras casas de entrada a Carmona. Sara observaba desde la entrada aquella escena y comenzó a andar despacio hasta que salió del monasterio y se paró de nuevo. Con una sonrisa y la mirada perdida en el coche estrellado, se giró. Sorprendida y alegre dijo:

-Adoración y fieles!. Al fín lo conseguiré por mí mismo. Yo no mato, pero haré que se maten ellos mismos!.

FIN